viernes, 4 de noviembre de 2011

EL NOSFERATU, EL VAMPIRO

La tarde de Halloween envejecía estando yo sentado en mi sillón delante de la tele. Mirando, sí, hacia la pantalla, pero sin prestar atención al juego de imágenes. Veía y procesaba, pero mecánicamente, sin detenerme en el fondo. Oyendo voces amortiguadas. En un momento dado llegué a Cuatro, donde se emitía un capítulo de la serie Castle, un especial de la víspera del Día de Todos los Santos. Me ocurre que fechas como la de aquel día me apetitan momentos de penumbra, lamparita opcional y ventana. Por ello, al comprobar la atmósfera del capítulo me puse en alerta. Comencé a dejar de procesar mecánicamente y a detenerme en el fondo. Los personajes de la serie hacían una fiesta y habían traducido su banal afán fetichista en una de las típicas calabazas con la forma tallada del Conde Orlock, el protagonista de Nosferatu. E impulsado por tal magia, la que me rodea en fechas como la de aquel día, la que mantiene el corazón en un estado de expectación continuo y que lo hace bombear de emoción una vez encontrado el elemento ideal, me puse a reflexionar tomando como punto de partida a la criatura, al no-muerto.
No es nada nuevo lo que viene a continuación, pero si a alguien le interesa el tema o tiene curiosidad por empezar a saber algo, aquí viene bien resumidito. ¿Por qué el vampiro, el mítico, el de las leyendas, recibe ese nombre dentro de nuestra cultura?


Cuando Friedrich Wilhelm Murnau decidió llevar al cine la historia de Drácula por primera vez, tuvo la idea de cambiar los nombres de los personajes para no tener que pagar derechos de autor a la viuda del difunto Bram Stoker, autor de la novela. Por ejemplo, el apellido de Jonathan Harker era Hutter, o algo parecido. Y digo 'algo parecido' porque escribo de memoria y no lo recuerdo muy bien. El Conde Drácula pasó a ser el Conde Orlock. Nosferatu, el título de la película, era uno de los nombres con los que en la Europa del Este se conocía a esas criaturas que en su hermana Occidental pasaron a llamarse ‘vampiros’.
No es que se pensara desde un principio que estos entes salían cada noche para chupar la sangre de los vivos. Su origen se encuentra mucho más atrás. En todas las culturas, desde siempre, ha existido la creencia de que hay ‘otro mundo’ al que van a parar los muertos, dentro de esa dualidad del cuerpo y el alma. El Paraíso en el cristianismo, los Campos Elíseos, el Inframundo al que se accedía a través de la barca de Caronte, el Limbo. Esos sitios reservados para la parte incorpórea del ser humano.
Piensa en algún familiar o algún conocido que haya estado muy enfermo. O alguien muy viejo. Imagina que esa persona que conoces tiene una larga enfermedad por la que lleva hospitalizada mucho tiempo. Poco a poco te vas haciendo a la idea de que, tarde o temprano, se va a ir. Sigue ahí, pero eres consciente de que no está de la misma forma que estaba antes. Su cuerpo aún vive, pero es sólo un resto de lo que fue. Es más fácil, en definitiva, asimilar que ha muerto cuando esto sucede. Me refiero a que es más fácil que si fuera una muerte repentina.
Yo tengo la teoría, o, más bien, estoy seguro, de que el ser humano, desde que es tal, desde que existe la primera criatura a la que se considera ser humano, hasta el último que haya, es lo mismo. Habrá estado acostumbrado a diferentes culturas, diferentes formas de vida, pero hay algo aquí arriba, en el cerebro, que siempre es lo mismo. Algo innato, algo que hace que ciertas relaciones estímulo-respuesta nunca hayan cambiado. Es la razón por la cual las leyendas urbanas, aunque adaptadas al tiempo en cuestión, siguen teniendo éxito. La razón por la que la gente sigue sentándose alrededor de una hoguera, o de unas velas, a contar historias de miedo. Aunque ya estemos en la época de la racionalidad, de la fría ciencia.
Por eso, esa sensación de la que antes hablaba, también existía antes, desde que el ser humano, como digo, se considera tal. Incluso un poco antes. Uno se había hecho a la idea de que algún familiar o conocido enfermo se iba a ir, pero cuando le ocurría a alguien de forma repentina, cuando a ese alguien aún no le había llegado su hora, la asimilación se hacía más difícil. Y en esos tiempos, en los que la creencia de que existía ese ‘otro mundo’ era mucho más fuerte que ahora, se pensaba que esas almas a las que aún no les había llegado el momento se quedaban ahí,entre nuestro mundo y el otro. También se pensaba que muchas veces algunas de éstas volvían para molestar a sus familiares y conocidos vivos. Probablemente esta creencia surgía precisamente por el hecho de no haber asimilado aún la pérdida, por el hecho de sentir todavía cerca a ese ser querido. Era esa sensación de tener que volver la vista atrás cuando se andaba, pensando que ese que se había ido estaba aún ahí, en algún sitio. Así, se decía, iban acabando con la fuerza vital de los vivos. Era un hostigamiento psicológico. La inquietud de pensar que nunca estabas solo sumada al miedo a lo desconocido, por no saber lo que aquel ente o lo que fuera podría o no podría llegar a hacer. De este modo, al tener que vivir con ese peso, con esa inquietud, sí que es posible que se fuera consumiendo su energía vital. De hecho, por miedo a que esto sucediera, muchas veces se enterraba a los familiares boca abajo, porque, en el caso de que se despertaran, comenzarían a excavar, de modo que si lo hacían tierra abajo nunca podrían salir al exterior.
Es aquí cuando entra en juego de nuevo una de esas conexiones que establece el cerebro de manera inconsciente. Cuando se hablaba de energía vital, nuestra mente, de forma innata e inconsciente como digo, establece una relación con la sangre, con el fluido vital. Es una creencia muy extendida desde siempre. Por eso se cuenta que San Jorge se bañó en la sangre del dragón, para adquirir su fuerza. Por eso Sigfrido se baña también en la sangre del dragón Fanfir, para hacerse invencible. Nunca nos lo han contado, y sin embargo lo sabemos, sólo que no nos damos cuenta de ello hasta que lo leemos o nos lo dicen. Es esa relación entre vida y sangre que el cerebro establece de forma innata. De hecho, hasta hace no mucho tiempo en España se seguía recogiendo la sangre de los mataderos porque se pensaba que ésta podía curar enfermedades. La gente con dinero pagaba a otros para que hicieran cola para recoger la sangre de las reses y así poder ingerirla como medicamento, o para fabricar ungüentos de belleza. Incluso en la medicina eran una práctica habitual las transfusiones de sangre cuando algún paciente se sentía más debilitado de la cuenta, cuando hoy en día se sabe que una transfusión de un grupo sanguíneo diferente puede causar la muerte. Pero entonces se creía. Por esa asociación mental. Innata. Primitiva.
Es por esto por lo que, cuando se hablaba de energía vital, pronto se empezó a hablar también de sangre. Y rápidamente se asoció a estas criaturas con el animal vampiro, que se alimenta chupando la sangre de otros animales. Es así como pasó a la Europa del Oeste. El vampiro, el vrykolaka, el vurdalak. El nosferatu.


Reflexión, primero monologada y luego transcrita, la tarde de Halloween del año 2011. Con Mina’s photo como música de fondo. El final de la transcripción ocurrió a las 18:17, coincidiendo con el final de la canción puesta en modo bucle.
En Madrid, a 31 de octubre de 2011

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