viernes, 25 de noviembre de 2011

"ALLÁ VA, COMO EL CABALLO DE COPAS"

Estoy leyendo El monte de las ánimas. Lo hago solo, casi en penumbra, las páginas alumbradas únicamente por la tenue luz que proporciona la pantalla del ordenador.

Este relato forma parte de mi lista de cuentos preferidos. Junto a El gato negro. Junto a Carmilla o El vampiro. Pero este tiene algo de especial. Probablemente porque fue el primero de esa lista. Porque la introducción, la majestuosa introducción estimula esa zonita tan peculiar del cerebro del ser humano, aquella que aún se estremece a pesar del avance científico. A pesar de que "ya está todo inventado".

Creo que voy a escribir un guión. Para adaptarlo a radio. Recuerdo que, hace no mucho, el programa Milenio 3 dramatizó la historia con motivo de la víspera del Día de Todos los Santos. Comencé a escucharla con mucha ilusión. Iban a dramatizar El monte de las ánimas... Sinceramente, me decepcionó mucho. Quizás por eso tengo clavada esa especie de espinita. Sí, voy a escribir ese guión.

Lo haré ambientándome, claro. Parecido a como Bécquer escribió la leyenda. Tan sólo espero no tener que volver mucho la cabeza, igual que él.

"Allá va, como el caballo de copas" (un año después) (enlace)


miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL ENIGMA DEL FIN DE LOS TEMPLARIOS (IV). EL BAPHOMET

EL BAPHOMET

Hagamos ahora un pequeño receso en la narración de los acontecimientos para centrarnos en una cuestión de especial importancia. En los numerosos documentos que contienen todos los interrogatorios que se llevaron a cabo desde ese momento hasta 1311, aparece citado en no pocas ocasiones un enigmático nombre. No pertenece a ninguna lengua conocida. Nunca antes lo había escuchado nadie. Un nombre que ha pasado a la posteridad, convirtiéndose en un enigma no sólo dentro de este marco histórico en el que tuvieron lugar los acontecimientos que aquí nos ocupan, sino que se hace extensible al conjunto de misterios de la historia general. El enigma de Baphomet.

El objetivo de estos interrogatorios era claro: había que conseguir la confesión de los templarios arrestados. La acusación de herejía era la que más interesaba a los inquisidores, por motivos obvios. En la carta que Felipe IV había mandado a las autoridades francesas ya se exponían algunos puntos, como la supuesta adoración a ídolos con forma de cabeza, a partir de los cuales iban a estar enfocadas las preguntas.

Pero, ¿cómo surge el nombre de ‘Baphomet’ o ‘Bafomet’? Existen muchas teorías al respecto, pero ninguna certeza. Por un lado, se afirma que puede tener un significado cabalístico y que, leído al revés, significaría algo como “el Padre del Templo” o “paz universal de los hombres”; por otro, se cree que puede ser la unión de dos palabras griegas, ‘baphe’ y ‘meteos’, esto es, ‘bautismo’ e ‘iniciación’, respectivamente, en una clara alusión a los supuestos rituales de admisión en la orden. Sin embargo, la hipótesis más extendida es la de que se trata de una deformación occitana de alguna otra palabra. Se habla de que ésta puede ser de origen musulmán, dado que hay quien dice que ‘Baphomet’ es la deformación de ‘Mahomet’, esto es, Mahoma. ¿Por qué precisamente de este nombre? Hay que tener en cuenta dos cosas, la primera, que, como hemos apuntado, se estaba “demostrando” que los templarios adoraban a un ídolo, y la segunda, que en Europa existía la creencia de que los musulmanes era idólatras, aunque en realidad hoy sabemos que no es así –de hecho, los cristianos, con las distintas imágenes de Cristo y la Virgen, sí que lo son–. De este modo, se dio por supuesto que durante las Cruzadas los Caballeros del Temple habían adoptado las costumbres del enemigo musulmán. Parece ser que esta idea empezó a difundirse promovida por Felipe IV, justificando así el hecho de que fracasaran en su misión de recuperar Tierra Santa, dado que Dios les habría dado la espalda, y fue además uno de los puntos principales de los interrogatorios inquisitoriales y la razón definitiva para que se crearan sospechas en cuanto a ese supuesto ídolo. En base a esto, existe la teoría de que el nombre de Baphomet lo habría pronunciado por primera vez un caballero occitano que habría sido cuestionado sobre el supuesto ídolo de los templarios. Éste afirmó que lo había visto y que se dirigían a él con el nombre que ya ha pasado a la historia, sólo que en realidad quería decir ‘Mahoma’, quizás influenciado por esa creencia cada vez más extendida del culto musulmán por parte de los templarios.

A pesar de estas teorías, el primero que definió el ídolo al ser interrogado fue el hermano Gaucerant de la encomienda de Montpézant, diciendo que se trataba de una imagen barbura “in figuram baffometi”, es decir, “con la forma de un ‘bafomet’”, como si esa palabra sí que fuera conocida, al menos, por sus hermanos, para referirse a esa talla.

Esta descripción de la cabeza con barba ensortijada “como la de los negros”, quizás también en relación con los musulmanes, se repite en otros testimonios; sin embargo, lo más representativo de las declaraciones de los templarios acerca de los baphomets son las diferencias entre estas descripciones. Algunos presentaban al ídolo como una cabeza, no sólo barbuda, sino con varias caras, otros afirmaban que tenía seis pies, dos delante, dos a los lados y dos detrás. Se hablaba también del material del que estaba confeccionado, aspecto en el que se difería de igual forma: de plata, de oro, de madera, de metal,… Incluso hubo quien llegó a afirmar que se trataba de cráneos humanos.

Otra descripción extendida, y que se diferencia de las anteriores, es la que presenta al ídolo Baphomet como “un gran macho cabrío sentado en un trono y entre sus cuernos lucía una antorcha encendida. Sobre la frente llevaba la estrella de cinco puntas, o pentagrama. Una de sus manos señalaba hacia lo alto, mostrando el signo del ocultismo, con la Luna Blanca de Chesed hacia arriba y la Luna Negra de Gebrugah hacia abajo. En el seno llevaba un caduceo, la vara delgada rodeada por dos serpientes que era el antiguo símbolo de Mercurio y que representa la actividad y la renovación. El vientre era de escamas y uno de sus brazos era femenino y otro masculino. Esta misma representación existe todavía hoy en las cartas del Tarot y simboliza la fuerza de la creación, la imaginación creadora y la inventiva práctica.” (Masiá Vericat, 2004:177-78).

En lo que sí solían coincidir todos era en que a esos ídolos se les rendía culto, se les adoraba y se les llamaba “Salvador” porque les proporcionaba poder y riqueza. Sin embargo, por regla general seguían difiriendo en los tipos de rituales descritos, aunque a veces existían ciertas semejanzas. Bernardo de Salgues y Bernardo de Silva, que fueron asistentes ocasionales a algunos de los capítulos que celebraban los templarios, afirmaron que la cabeza hablaba. Sostenían, además, que en uno de los rituales se presentó en forma de gato, prometió buenas cosechas y contestó a las preguntas que se le hicieron. Por último, aparecieron otros “demonios” en forma de mujer para satisfacer a los asistentes.

Llegados a este punto, hay que tener muy en cuenta un aspecto, y es que era frecuente que en los interrogatorios los acusados utilizaran la palabra “diablo” o “demonio” en las descripciones del supuesto ídolo, pero no se debe dar mucha credibilidad a los testimonios en ese sentido, dado que la insistencia de los inquisidores en ese tipo de preguntas relacionadas con la idolatría, añadida a las torturas, al hecho de que otros hermanos ya hubieran sido condenados al no decir lo que los inquisidores querían y a los “privilegios” durante el período de encarcelamiento –a Bernard de Salgues y Bertrand de Silva les quitaron los grilletes– si finalmente cedían, hacía que los acusados acabaran afirmando casi cualquier cosa. De este modo, los inquisidores conseguían que una simple mención a una supuesta talla con forma de cabeza pasara a convertirse en un culto a un ídolo que no era Dios, y de ahí en una adoración al diablo –lo cual no era muy difícil, teniendo en cuenta que la idolatría ya de por sí se consideraba una práctica herética y que, además, todo lo que no era adorar a Dios y sí a otros ídolos, era, por extensión, adorar al diablo–, favoreciendo así el hecho de conseguir justificaciones para una condena, que era, como apuntamos al comienzo de este apartado, el objetivo final.

En definitiva, nunca se logró demostrar la existencia del Baphomet. Hay hipótesis que afirman que no hubo ninguna talla con forma de cabeza a la que se adoraba, y prueba de ello sería que nunca se encontraron ninguno de esos ídolos, y que el nombre no aparece en ningún documento templario, además de las divergentes descripciones que, más que nada, se hacían para que cesasen las torturas. Sin embargo, muchos investigadores creen firmemente en que el Baphomet verdaderamente existió y que era adorado. Una de las razones que se apuntan para ello es que era la representación de la cabeza de San Juan Bautista –otros aseveran que en su origen fue su propio cráneo–, de gran significado para los templarios, dado que levantaron numerosos templos en su honor. No sería descabellado porque que se enmarcaría dentro de la tradición de diferentes culturas de adoración de cabezas cortadas, tal y como explica Mariano J. Vázquez Alonso (2005:190-91). Por último, el hecho de que se describiera de varias formas respondería a que había diferentes representaciones del Baphomet.


martes, 22 de noviembre de 2011

TONTERÍAS EN EL FÚTBOL

Creo que nos estamos acostumbrando a demasiadas cosas dentro del mundo del fútbol. Hablo de los piscinazos, de las 'faltitas' que lo son si las hace un delantero y no si las hace un defensa. Hablo de las amarillas por quitarse la camiseta. Hablo de los árbitros que pitan faltas por las que queda patente que nunca han jugado a fútbol. En cualquier categoría. En cualquier patio de colegio.

Por suerte, aún quedan aficionados y gente de fútbol que se da cuenta de estas tonterías. Pero, por desgracia, se están extendiendo cada vez más dentro del mundo periodístico.

Tengo que referirme otra vez al partido Valencia-Real Madrid. Estoy viendo y escuchando cosas por las que no sé si reírme o calentarme, aunque está triunfando esta última reacción. El domingo por la noche, en 'El partido de las doce' de la COPE, un periodista de Valencia preguntaba a Unai Emery sobre la opinión del míster acerca del famoso pique entre Mourinho y Jordi Alba. El técnico valencianista dio una respuesta acorde con una mentalidad futbolística, con alguien acostumbrado a vivir los partidos desde dentro: "No tiene importancia, yo también discutí con Xabi Alonso". El periodista, indignado, y casi instando a Emery a dar una respuesta reivindicativa, comenzó a espetar que si lo de Mourinho habría que denunciarlo ya, que si no se puede faltar al respeto así a un jugador contrario, etcétera, etcétera. Para el que no lo sepa: Mou le llamó 'payaso' repetidas veces.

Pero, ¿ESTAMOS TONTOS O QUÉ? ¿En qué cojones pensamos? ¿De qué coño estamos hablando? Cualquier persona que haya jugado a fútbol, como dije antes, en cualquier categoría, en cualquier campo, en cualquier partidito en cualquier pueblo, ha vivido algún pique parecido. Y cuando el balón deja de rodar, ¿qué pasa? NADA. Lo que pasa en el campo se queda ahí. Son cosas del fútbol. Y que conste que me he hartado de denunciar las actitudes impropias de Mourinho. Pero es que esto se está convirtiendo ya en una cosa que no se puede soportar. Si Luís Aragonés llama "viejo" a Hierro y "subnormal" a Kovacevic, da para hacer un vídeo gracioso en 'El día después'. Si Milosevic le dice a Ramos que le va a romper el cuello y no va a ir al Mundial, se queda en anécdota. Pero claro, ha pasado con Mourinho y con el Madrid. Y precisamente contra el Valencia. Qué casualidad. Deberían darse cuenta esos periodistas valencianos de que la respuesta de Emery es la que vale en el fútbol. Por favor, que le dijo 'payaso'. NADA MÁS.

Y el colmo ahora es el debate acerca de si la celebración de Mou con Callejón es una provocación. POR DIOS. Lo dicho, no sé si reírme o calentarme.

Yo creo que, como diría Schuster: "No 'hase' falta 'desir' nada más".

VIVA EL FÚTBOL

domingo, 20 de noviembre de 2011

ASÍ SE GANAN LAS LIGAS

Nunca he entendido muy bien qué le pasa al valencianismo con el Real Madrid. Nunca he visto que ningún equipo se haga 'anti' de otro por venderle un jugador. Me refiero a lo de Mijatovic. Seguramente si hubiera tenido conciencia de fútbol en la época ahora comprendería mejor por qué surgió todo esto.

El de ayer fue un partido de esos de los que me gusta ver. Con garra, con patadas, con polémica, con goles. Y no por ello hubo menos fútbol, pienso yo. Lo único que ocurre es que, a veces, para ganar ligas, hay que sacar esta cara.

Nunca me gustó Albelda, que ayer volvió a ser el de siempre, al estilo Marchena. No me gustó que los jugadores del Valencia confundieran intensidad y rabia con marrullería. No me gustó cómo gestionó el árbitro las tarjetas. No me gustó que los valencianistas, jugadores, público y prensa, salieran del partido con la idea en la cabeza de que les habían robado. NO LLEVAN RAZÓN.

En cambio, y pese a que siempre critico este tipo de actuaciones, sí me gustó que ayer Mourinho se encarara con los jugadores contrarios. Sí me gustó que Ronaldo celebrara su gol tirándose al césped desafiando a Mestalla. Sí me gustó que marcara en la cara de Albelda. Me encantó, me emocionó ver que el equipo entero celebró el gol del MARISCAL RAMOS junto al banquillo, la reacción de rabia de Marcelo gritando al aire, el gesto de Mou subiéndose a hombros de Callejón, y la celebración de éste levantándose. Detalles que demuestran unión. Detalles que definen lo que es un equipo.

Yo nunca soy 'anti' nada. No me gusta eso. Por eso siempre quiero que el Madrid saque la garra ante rivales y ambientes como el de ayer. Recuperar el espíritu de Capello, que yo lo creía perdido y sustituido por la protesta y el lloriqueo, para esos momentos. Así se ganan las ligas, sí. El Madrid no jugó mal, jugó como tocaba hacerlo. Y lo siento, pero que le den por culo a Albelda y al Valencia.

HALA MADRID


jueves, 17 de noviembre de 2011

MOMENTO RADIO

Acabo de escuchar "El discípulo de Drácula", un guión escrito por Juan José Plans para "Historias", el extinto programa de Radio Nacional de España dedicado a una de mis grandes debilidades: la radioficción.

La dramatización está hecha para aficionados al personaje del Conde. Tanto el de la novela como el del cine. Lógico, si se tiene en cuenta que se pretendía homenajear el centerario de obra de Stoker y el 150 aniversario de la muerte de éste.


Tiene esa atmósfera perturbadora, sí. Mantiene la tensión. Lo he escuchado con la luz bajita, como aconseja Plans al principio. Para que la imaginación se pusiera manos a la obra. Con esa magia que sólo transmite la radio.


Bien, acabo de darme cuenta de que últimamente sólo hablo de vampiros. Pues lo siento, es que me gustan mucho.




http://www.miedoteca.com/2011/06/el-discipulo-de-dracula.html

sábado, 12 de noviembre de 2011

DUPIN Y HOLMES, O EL PENSAMIENTO DEDUCTIVO

Me he comprado una libretita. Para apuntar cosas. Para que no se me olviden las ideas. Y resulta que estaba en la cama del hospital, tras mi artroscopia en la rodilla, leyendo El misterio de María Roget, cuando me encuentro con la siguiente intervención del brillante Dupin:


“-No creo necesario decirle –comentó Dupin al terminar la lectura de las notas– que es éste un caso bastante más complicado que el de la rue Morgue, del cual se diferencia en un punto muy importante. Esto es un ejemplo del crimen cruel, pero ordinario. No hallamos en él nada que sea particularmente exagerado o excesivo. Le ruego que se fije en que, por esta razón, ha parecido sencillo el misterio, aunque aquélla sea precisamente el motivo por el cual hubo de considerarse como más difícil de resolver.

Por esto, desde un principio, se consideró superfluo ofrecer una recompensa. Los pedantes auxiliares de G*** eran demasiado superiores como para comprender cómo y por qué podía haberse cometido semejante crimen. Su imaginación les permitía idear un modo (o varios), un motivo (o varios), y como no era imposible que uno de tan numerosos medios y motivos fuese el único cierto, creyeron como demostrado que el real había de ser uno de aquéllos. Pero la facilidad con que concibieron ideas tan diferentes, y hasta el carácter verosímil con que cada una estaba revestida, debieron haber sido tomados por indicios de la dificultad antes que de la facilidad atribuida a la explicación del enigma.”


Y, naturalmente, en seguida se me vino a la cabeza la famosa frase que Poe pone en boca del mismo personaje en Los crímenes de la rue Morgue:


“Yo creo que si este misterio se ha considerado como insoluble, por la misma razón debería ser fácil de resolver, y me refiero al outre carácter de sus circunstancias. La Policía se ha confundido por la ausencia aparente de motivos que justifiquen no el crimen, sino la atrocidad con que ha sido cometido. Asimismo, les confunde la aparente imposibilidad de conciliar las voces que disputaban con la circunstancia de no haber sido hallada arriba sino a madmoiselle L’Espanaye asesinada y no encontrar la forma de que nadie saliera del piso sin ser visto por las personas que subían por las escaleras. El extraño desorden de la habitación; el cadáver metido con la cabeza hacia abajo en la chimenea; la mutilación espantosa del cuerpo de la anciana, todas estas consideraciones, con las ya descritas y otras no dignas de mención, han sido suficientes para paralizar sus facultades, haciendo que fracasara por completo la tan traída y llevada perspicacia de los agentes del Gobierno. Han caído en el grande, aunque común error de confundir lo insospechado con lo abstruso.”


El paralelismo es más que obvio, pienso yo. En el caso de la rue Morgue, nos encontramos, según cuenta Dupin, con un misterio considerado por la policía como de difícil solución ante su imposibilidad de encontrar una explicación lógica de lo sucedido. Sin embargo, la dificultad para este “razonador” es mínima. Ocurre totalmente lo contrario con el caso de María Roget: al haber múltiples soluciones de carácter verosímil posibles, la policía opina que no habrá problemas para encontrar la verdadera, dado que ésta será una de aquéllas, aún sin haberlo comprobado, añado yo, suponiendo que esta es la deducción del personaje. Por el contrario, Dupin lo considera “más complicado que el de la rue Morgue”.

A partir de ese momento, y por esa misma razón, lleva a cabo un proceso de búsqueda de la verdad diferente al que puso en práctica en el primero de los misterios, y comienza a argumentar por qué algunos de los razonamientos que habían aparecido en ciertos periódicos dando posibles explicaciones al crimen y abriendo nuevas vías de investigación son falsos. Esto es, ante las numerosas posibilidades, lo que hace es ir descartando para, al final, llegar a la que no se pueda tildar de imposible, la cual será la verdadera. ¿Y no recuerda este modo de proceder a la también célebre frase de Conan Doyle: “Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”? ¿Nos encontramos, por tanto, ante una nueva prueba que demuestra la influencia que los cuentos protagonizados por Dupin tuvieron en el creador de Sherlock Holmes? No olvidemos que en el comienzo del relato La caja de cartón –que en muchas ediciones aparece en El paciente interno, por el hecho de que el anterior fue retirado durante un tiempo– Holmes lleva a cabo un proceso deductivo para saber lo que Watson, callado, estaba pensando en ese momento. Cuando su compañero, sorprendido, le pregunta cómo pudo haberlo “adivinado”, el detective, antes de explicarle todo ese proceso paso por paso, le dice:


“-Recuerde –dijo– que hace algún tiempo, cuando le leí un párrafo de Poe en el que un acertado conversador sigue los pensamientos no verbalizados de su compañero, usted se inclinaba a considerar el asunto como un simple tour-de-force del autor. Al observar yo que que yo mismo tenía la costumbre de hacer constantemente esto mismo, usted expresó cierta incredulidad.”


El “acertado conversador” no es otro que Dupin, y el párrafo al que Holmes se refiere pertenece a Los crímenes de la rue Morgue, cuando el personaje de Poe deduce también lo que su acompañante está pensando mientras los dos pasean por la calle.

Me encanta encontrarme con estas cositas. Con estas conexiones. Y ahora tengo mi libreta. Para que no se me olviden cuando las encuentro, como ya he dicho. Tan sólo espero que ahora me acuerde siempre de llevar un bolígrafo en el bolsillo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

EL ENIGMA DEL FIN DE LOS TEMPLARIOS (III)

LAS ACUSACIONES

Pero esto no era suficiente. Felipe IV tenía los motivos, sus propios motivos, para acabar con la Orden del Temple, pero sabía que esas cuestiones, de carácter totalmente personal, no eran suficientes para ningún tribunal. Necesitaba una causa legal a partir de la cual conseguir que se abriera una investigación judicial.

No fue difícil conseguirla. En una fecha que se sitúa entre 1303 y 1305, un personaje llamado Esquieu de Floyran (aunque en las fuentes aparece citado también como Esquius de Floyrac, Squino de Florian o Sequin de Flexian) se presentó en la corte francesa afirmando que era conocedor de cierta información que comprometía a la Orden de los Caballeros Templarios, tras no haber sido creído por el rey Jaime II de Aragón. Según decía, durante su reclusión en la prisión de Agen, su compañero de celda, un antiguo templario condenado a muerte, procedió a confesarse ante él poco antes de ser ejecutado, lo cual era una práctica habitual entre los encarcelados, dado que se les privaba del derecho a hacerlo ante un sacerdote. En dicha confesión, el viejo templario le aseveró que durante su iniciación dentro de la orden había sido obligado a renegar de Cristo, escupiendo sobre la cruz, y que el resto de hermanos consideraba su Salvador a una cabeza barbuda a la que adoraban. Además afirmó que la homosexualidad estaba bien vista entre ellos, y que incluso se animaba a tener relaciones entre los miembros de la orden, siendo incluso preferida la sodomía al comercio con mujeres.

La maquinaria se puso en marcha. Como no se podía interrogar al viejo templario ya ejecutado, era necesario abrir una investigación para averiguar si todas esas acusaciones eran ciertas. Sin embargo, la historia ofrece muchas sombras alrededor de la figura de este Esquieu de Floyran. Como ya hemos apuntado, ni siquiera parece haber unanimidad acerca de cuál era su nombre exacto. En algunos documentos se dice que era un templario renegado; en otros, y es esta la hipótesis más extendida, se cuenta que se trataba de un prior de Montfauçon, en Toulouse, que fue condenado por apostasía y por apuñalar al comendador de Monte Carmelo. El hecho de que apareciera en la corte en el momento indicado, justo cuando Felipe IV buscaba esa justificación legal para encarcelar a los templarios, despierta bastantes interrogantes. Muchos apuntan incluso que todo este episodio fue de nuevo una trama bien urdida por Guillaume de Nogaret. Éste, sabedor de que Floyran iba a ser ejecutado y de que haría lo que fuera para librarse de ello, le ofreció una salida. Lo que tenía que hacer era muy sencillo. Primero sería encerrado junto a un templario a punto de ser condenado. No sabemos si esta persona, de la cual, por cierto, no se tiene dato alguno, se confesó ante él o si no, pero lo cierto es que si Floyran afirmaba que eso había pasado no le iba a extrañar a nadie, puesto que, como apuntamos antes, era algo muy común. En caso de haberlo hecho tampoco se conoce qué es lo que confesó, pero si el mismo Floyran afirmaba también que lo que le había dicho es lo que luego contó en la corte, la única forma de saber si no mentía era, como también hemos dicho, abrir una investigación, puesto que el supuesto templario ya estaba muerto. Nadie sospecharía tampoco que todo esto fuera una estratagema del rey francés, dado que Floyran había acudido a él en segunda instancia. Fue primero a ver a Jaime II porque, al proceder de Béziers, era súbdito suyo, y Nogaret debió pensar muy astutamente que no había manera de que el plan le saliera mal, puesto que si el rey aragonés creía las acusaciones, sería él mismo el que abriría la investigación, y si pensaba que era toda una sarta de mentiras, como así fue, entonces Floyran podía acudir a Felipe IV y que éste hiciera como si creyera todo sin sospechas de conspiración por parte de nadie.

Sin embargo, aún quedaba otro paso que dar. Al tener la Orden Templaria carácter religioso, se necesitaba el visto bueno del Sumo Pontífice para emprender acciones legales contra la misma. El primer encuentro entre Felipe IV y el papa fue en Pentecostés de 1307, donde el rey presentó las acusaciones que Floyran le había transmitido. Al respecto hemos de decir que Clemente V nunca estuvo convencido del todo de la veracidad de aquellas acusaciones, dado que la fuente original ya no podía ser consultada, pero su frágil personalidad le impedía dar un ‹‹no›› rotundo al monarca, y le instó, convencido de que no lo lograría, a encontrar pruebas más concluyentes. El tándem Felipe IV-Nogaret hizo muy bien su trabajo. A lo largo de dos años se llevó a cabo una incesante labor de búsqueda de testigos que respaldaran las palabras de Floyran, y que concluyó con los testimonios de ciertos templarios renegados, entre los que se encontraba Gerardo Lavernha, e incluso de un clérigo, Bernardo Pelet, que confirmaron las acusaciones.

Mientras tanto, el Santo Padre, aún convencido de la inocencia de los templarios, se reunió en Poitiers con el Gran Maestre de la orden, Jacques de Molay, el cual le convence de que redacte una bula exculpándoles de todos los rumores de acusación que, aunque todavía no eran oficiales, ya corrían de boca en boca entre los ciudadanos franceses.

El encuentro entre ambos llegó a oídos de Felipe IV, que sabía que tenía que actuar deprisa. Así, el 14 de septiembre de 1307 convoca una reunión en la abadía de Santa María de Pontoise a la que asistirían Gilles Aycelin, obispo de Narbona, que era a su vez canciller del reino, Guillaume Pâris, el Gran Inquisidor de Francia y confesor del rey, y Guillaume de Nogaret, para expresarles su deseo de apresar y juzgar a los templarios. Pâris y Nogaret manifestaron su conformidad con el deseo del rey, pero Aycelin se niega en rotundo, y dimite antes de tener que formar parte de todo aquello. El propio Nogaret ocupará su puesto a partir de ahora.

Ese mismo día, Felipe IV envía dos sobres a todas las autoridades y senescales del país. En el primero de ellos se daban instrucciones precisas de no abrir el segundo hasta el amanecer de un día concreto del mes, el 13, y de obedecer lo que en éste se dispusiera.

Así, el viernes 13 de octubre de 1307 (de ahí la famosa superstición del viernes 13) las autoridades reales, tras abrir la susodicha misiva, se encontraron con la exposición de los diversos cargos vertidos contra los templarios, esto es, los de herejía, idolatría y sodomía:

[…]

“Cuando recibían a alguien en la Orden, o a veces después, o tan pronto como se presentaba una ocasión propicia para la acogida, negaban a Cristo, a veces a Cristo crucificado, a veces a Jesús y a veces a Dios, y a veces a la Virgen María, y a veces a todos los santos de Dios…”. Además, en el documento se aseguraba que los templarios escupían en las ceremonias de ingreso sobre la cruz y decía que El Crucificado no era “el verdadero Dios”, sino que se trataba de un “falso profeta” y que murió no por redimir los pecados de nadie, sino por sus propias faltas. El texto acusaba incluso a los caballeros de “pisotear” u “orinar” sobre la cruz.

“No creían en los sacramentos del Altar”, proseguía, ni tampoco en los otros sacramentos de la Iglesia. Por el contrario, los monjes mostraban su predilección por adorar “a cierto gato, el cual a veces se les aparecía en la asamblea”. La Iglesia quedaba desautorizada, hasta el punto de que pensaba que el Gran Maestre “les podía absolver de sus pecados”. En lugar de adorar a Jesús crucificado, preferían hacerlo a ídolos en forma de cabeza, en especial “en sus grandes capítulos y asambleas”. Los veneraban “como Dios” y “como sus salvadores” y les atribuían toda suerte de poderes.

[…]

“En la recepción de hermanos a dicha Orden a veces el receptor y a veces el que le recibía se besaban en la boca, en el ombligo o en el estómago desnudo y en las nalgas o en la base de la espina dorsal (…) a veces en el pene.”

[…]

“Decían a los hermanos a los que se recibía que podían tener relaciones carnales entre ellos, (…) que les era lícito hacer esto, (…) que debían hacerlo y someterse a ello mutuamente, (…) que no era pecado hacerlo”.

(Fernández Urresti, 2007a:25)

Se ordenaba, por último, arrestar a todos los caballeros templarios afincados en Francia. Felipe IV, asimismo, procedió a apropiarse de los restos de los tesoros templarios, guardados en su encomienda de París, además del resto de sus bienes personales. Sin duda el monarca pretendía también quedarse el famoso “Tesoro templario” del que todo el mundo hablaba, pero, y es este uno de los grandes misterios de la Orden, nunca llegó a ser descubierto.

En total, fueron apresados unos 138 templarios en París, y casi mil en el resto del país, los cuales permanecerían incomunicados hasta que comenzaran, ya en octubre, los pertinentes interrogatorios, que estarían supervisados por el ya citado Guillaume Pâris, y con los que se pretendía, además de averiguar dónde se encontraba el susodicho tesoro, obtener las confesiones y confirmaciones de las acusaciones. Si se negaban a responder, serían sometidos a crueles torturas.

Sorprendentemente, Geoffroy de Charney, preceptor de la Orden en Normandía, confiesa, poco después de ser arrestado, ser culpable de los cargos. Y de igual forma actúa, el 24 de octubre, el Gran Maestre, Jacques de Molay, sin duda alguna al haber llegado al límite de sufrimiento durante las torturas en aquellos oscuros calabozos. Como ellos, exactamente durante los siguientes treinta días, llegaron a confesar 134 de los 138 que fueron apresados. Sin embargo, el propio De Molay, ya sin la figura intimidatoria de los verdugos, se retractaría más tarde, no siendo esta la única vez que llevaría a cabo una táctica similar, quizás para desconcertar a los inquisidores y que éstos no tuvieran otro remedio que poner fin al proceso.

viernes, 4 de noviembre de 2011

EL NOSFERATU, EL VAMPIRO

La tarde de Halloween envejecía estando yo sentado en mi sillón delante de la tele. Mirando, sí, hacia la pantalla, pero sin prestar atención al juego de imágenes. Veía y procesaba, pero mecánicamente, sin detenerme en el fondo. Oyendo voces amortiguadas. En un momento dado llegué a Cuatro, donde se emitía un capítulo de la serie Castle, un especial de la víspera del Día de Todos los Santos. Me ocurre que fechas como la de aquel día me apetitan momentos de penumbra, lamparita opcional y ventana. Por ello, al comprobar la atmósfera del capítulo me puse en alerta. Comencé a dejar de procesar mecánicamente y a detenerme en el fondo. Los personajes de la serie hacían una fiesta y habían traducido su banal afán fetichista en una de las típicas calabazas con la forma tallada del Conde Orlock, el protagonista de Nosferatu. E impulsado por tal magia, la que me rodea en fechas como la de aquel día, la que mantiene el corazón en un estado de expectación continuo y que lo hace bombear de emoción una vez encontrado el elemento ideal, me puse a reflexionar tomando como punto de partida a la criatura, al no-muerto.
No es nada nuevo lo que viene a continuación, pero si a alguien le interesa el tema o tiene curiosidad por empezar a saber algo, aquí viene bien resumidito. ¿Por qué el vampiro, el mítico, el de las leyendas, recibe ese nombre dentro de nuestra cultura?


Cuando Friedrich Wilhelm Murnau decidió llevar al cine la historia de Drácula por primera vez, tuvo la idea de cambiar los nombres de los personajes para no tener que pagar derechos de autor a la viuda del difunto Bram Stoker, autor de la novela. Por ejemplo, el apellido de Jonathan Harker era Hutter, o algo parecido. Y digo 'algo parecido' porque escribo de memoria y no lo recuerdo muy bien. El Conde Drácula pasó a ser el Conde Orlock. Nosferatu, el título de la película, era uno de los nombres con los que en la Europa del Este se conocía a esas criaturas que en su hermana Occidental pasaron a llamarse ‘vampiros’.
No es que se pensara desde un principio que estos entes salían cada noche para chupar la sangre de los vivos. Su origen se encuentra mucho más atrás. En todas las culturas, desde siempre, ha existido la creencia de que hay ‘otro mundo’ al que van a parar los muertos, dentro de esa dualidad del cuerpo y el alma. El Paraíso en el cristianismo, los Campos Elíseos, el Inframundo al que se accedía a través de la barca de Caronte, el Limbo. Esos sitios reservados para la parte incorpórea del ser humano.
Piensa en algún familiar o algún conocido que haya estado muy enfermo. O alguien muy viejo. Imagina que esa persona que conoces tiene una larga enfermedad por la que lleva hospitalizada mucho tiempo. Poco a poco te vas haciendo a la idea de que, tarde o temprano, se va a ir. Sigue ahí, pero eres consciente de que no está de la misma forma que estaba antes. Su cuerpo aún vive, pero es sólo un resto de lo que fue. Es más fácil, en definitiva, asimilar que ha muerto cuando esto sucede. Me refiero a que es más fácil que si fuera una muerte repentina.
Yo tengo la teoría, o, más bien, estoy seguro, de que el ser humano, desde que es tal, desde que existe la primera criatura a la que se considera ser humano, hasta el último que haya, es lo mismo. Habrá estado acostumbrado a diferentes culturas, diferentes formas de vida, pero hay algo aquí arriba, en el cerebro, que siempre es lo mismo. Algo innato, algo que hace que ciertas relaciones estímulo-respuesta nunca hayan cambiado. Es la razón por la cual las leyendas urbanas, aunque adaptadas al tiempo en cuestión, siguen teniendo éxito. La razón por la que la gente sigue sentándose alrededor de una hoguera, o de unas velas, a contar historias de miedo. Aunque ya estemos en la época de la racionalidad, de la fría ciencia.
Por eso, esa sensación de la que antes hablaba, también existía antes, desde que el ser humano, como digo, se considera tal. Incluso un poco antes. Uno se había hecho a la idea de que algún familiar o conocido enfermo se iba a ir, pero cuando le ocurría a alguien de forma repentina, cuando a ese alguien aún no le había llegado su hora, la asimilación se hacía más difícil. Y en esos tiempos, en los que la creencia de que existía ese ‘otro mundo’ era mucho más fuerte que ahora, se pensaba que esas almas a las que aún no les había llegado el momento se quedaban ahí,entre nuestro mundo y el otro. También se pensaba que muchas veces algunas de éstas volvían para molestar a sus familiares y conocidos vivos. Probablemente esta creencia surgía precisamente por el hecho de no haber asimilado aún la pérdida, por el hecho de sentir todavía cerca a ese ser querido. Era esa sensación de tener que volver la vista atrás cuando se andaba, pensando que ese que se había ido estaba aún ahí, en algún sitio. Así, se decía, iban acabando con la fuerza vital de los vivos. Era un hostigamiento psicológico. La inquietud de pensar que nunca estabas solo sumada al miedo a lo desconocido, por no saber lo que aquel ente o lo que fuera podría o no podría llegar a hacer. De este modo, al tener que vivir con ese peso, con esa inquietud, sí que es posible que se fuera consumiendo su energía vital. De hecho, por miedo a que esto sucediera, muchas veces se enterraba a los familiares boca abajo, porque, en el caso de que se despertaran, comenzarían a excavar, de modo que si lo hacían tierra abajo nunca podrían salir al exterior.
Es aquí cuando entra en juego de nuevo una de esas conexiones que establece el cerebro de manera inconsciente. Cuando se hablaba de energía vital, nuestra mente, de forma innata e inconsciente como digo, establece una relación con la sangre, con el fluido vital. Es una creencia muy extendida desde siempre. Por eso se cuenta que San Jorge se bañó en la sangre del dragón, para adquirir su fuerza. Por eso Sigfrido se baña también en la sangre del dragón Fanfir, para hacerse invencible. Nunca nos lo han contado, y sin embargo lo sabemos, sólo que no nos damos cuenta de ello hasta que lo leemos o nos lo dicen. Es esa relación entre vida y sangre que el cerebro establece de forma innata. De hecho, hasta hace no mucho tiempo en España se seguía recogiendo la sangre de los mataderos porque se pensaba que ésta podía curar enfermedades. La gente con dinero pagaba a otros para que hicieran cola para recoger la sangre de las reses y así poder ingerirla como medicamento, o para fabricar ungüentos de belleza. Incluso en la medicina eran una práctica habitual las transfusiones de sangre cuando algún paciente se sentía más debilitado de la cuenta, cuando hoy en día se sabe que una transfusión de un grupo sanguíneo diferente puede causar la muerte. Pero entonces se creía. Por esa asociación mental. Innata. Primitiva.
Es por esto por lo que, cuando se hablaba de energía vital, pronto se empezó a hablar también de sangre. Y rápidamente se asoció a estas criaturas con el animal vampiro, que se alimenta chupando la sangre de otros animales. Es así como pasó a la Europa del Oeste. El vampiro, el vrykolaka, el vurdalak. El nosferatu.


Reflexión, primero monologada y luego transcrita, la tarde de Halloween del año 2011. Con Mina’s photo como música de fondo. El final de la transcripción ocurrió a las 18:17, coincidiendo con el final de la canción puesta en modo bucle.
En Madrid, a 31 de octubre de 2011