sábado, 17 de diciembre de 2011

NAOMI WATTS

Naomi Watts es guapa. Eso es un hecho objetivo.

Me encanta el papel que hace en King Kong. Quizás por esa razón me la imagino siempre así, rodeada por ese halo de luz etérea. Como si fuera un ángel, sí. Tal cual.

Hace una semana emitieron esa película en la tele. Justo cuando la puse se encontraba en la secuencia en la que el Kong lucha contra los T-Rex. Una de las mejores, sin duda. Pero no mi favorita.

Cuando la bestia se encuentra en mitad de Central Park, destrozando todo lo que ve a su paso, desbordado por la cólera, llega el momento en que encuentra lo que buscaba. No puede hacer nada. Está paralizado. Lo único que desea es estar con ella. Contemplarla. El maldito Peter Jackson supo representar de forma perfecta esa sensación. No hay nada alrededor, tan sólo ellos dos, la bella y la bestia.




Precisamente esa misma tarde, antes de haber encendido la tele, tenía pensado ver Mulholland Drive. Y lo había hecho sin saber aún que también la protagonizaba Naomi. Ya he hablado otras veces de que un síntoma claro para comprobar si una película me ha gustado de verdad es el hecho de que, al final, me levante del sillón con un respingo. Hay otro más: el de buscar información en la Wikipedia. Información no de la película en sí, sino de lo que cuenta. En este caso fue para saber, para entender mejor qué es lo que cuenta. La recomiendo encarecidamente.


(Ficha de Mulholland Drive)


En definitiva, escribo sobre Naomi Watts porque se convirtió en el hilo que unió dos grandes sensaciones esa tarde. Porque casualmente el mismo día en que volví a deleitarme recordando la escena de Central Park de King Kong descubrí una grandiosa película. Y porque, como dije al principio, Naomi es guapa. Es muy guapa. Y también actúa bien, muy bien.

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