lunes, 24 de octubre de 2011

LA FOTO DE MINA



La canción provoca que la voz me abandone. Y siempre que comienza a tocar sus notas en mi cabeza es porque la sangre afilada me baña el cerebro. Es lista y sabe que me ayuda a abstraerme. Es lista y aparece y viene a mí. Juro que noto un puño apretándome el corazón cuando escucho que ya afina y que el violín corta.

La escena de la película es magnífica, incluyendo ese constante homenaje de Coppola a la sombra del Nosferatu de setenta años antes. La foto de Mina. El eco del pasado que se funde con el presente.




COSAS DE DETECTIVES

Aquí, sentado delante de la ventana observando cómo llueve. Me siento un poco como Holmes y Watson en su casa de Baker Street. Como Dupin y su narrador sin nombre. Bueno, me falta la chimenea. Sí que tengo una figurita de un casco espartado, como el de Palas.

¿Llamarán ahora a mi casa para pedirme colaborar en la resolución de algún crimen? Estaría bien, la verdad. Pero creo que si ha pasado algo en mi pueblo la policía no necesitaría mucha ayuda para encontrar al culpable. Es muy probable que llevara gorra o un crucifijo –llámese también rosario– colgado del cuello. Mi pueblo, Torredonjimeno, El Bronx.

Mejor me quedo aquí, imaginándomelo. O puedo leerlo. Pero bueno, Ibáñez, ¿Holmes no había muerto ya? Ah, no, que después de las cataratas revive. Que ahora estás con María Roget.

Estoy hablando solo otra vez. Cosas de detectives.


MICROTEATRO POR DINERO

Es increíble la cantidad de cosas que puedes aprender y descubrir grabando un reportaje. Muchas veces me da por pensar eso de que ya está todo inventado. Que es muy difícil crear algo nuevo. Sacarse ese as de la manga. El conejo de la chistera. O cualquier tópico que se les ocurra. Pero, entonces, llega algo que vuelve a sorprenderme. Me ha pasado con canciones, con películas, con la radio. El jueves pasado me pasó con el teatro.

A mí, siendo mi debilidad la atmósfera, el hecho de sentirte recogido, metido de lleno dentro del mundo narrado y dramatizado en la pantalla, en el escenario. Una sala pequeña, de unos dos metros cuadrados, una obra de menos de quince minutos, un público inferior a quince personas –y es que no caben más, vaya–. Eso es Microteatro por Dinero. Sin escenario, con los actores interpretando su papel a escasos centímetros de ti.

La iniciativa surgió a finales del año 2009 de la mente del cineasta Miguel Alcantud, que tuvo la idea de alquilar un antiguo burdel para representar obras de corta duración en sesión continua en cada una de las habitaciones. El éxito fue tan rotundo que se decidió que lo que iba a ser algo puntual pasara a funcionar de forma continua. Se buscó un local en la calle Loreto y Chicote, una antigua carnicería, y en la planta baja se montó todo el tinglado. Tú vas, te tomas lo que quieras en el bar, te compras las entradas para las obras que quieras ver de las cinco que se representan a la hora elegida dentro de sus seis sesiones. Y si el comienzo te pilla bebiéndote la cerveza, te la bajas sin problema. La gente, además, muy amable y muy simpática. Los actores y las camareras. Unos cracks, ciertamente.

Pues eso, que cuando pienso que ya es muy difícil que me sorprenda verdaderamente algo, me topo con cosas como esta, que me hacen darme cuenta de que en realidad aún hay muchísimas cosas por descubrir, y otras tantas que, aun estando descubiertas para el mundo, yo he de hacerlo para mí mismo.

Ale, a visitarlo.

http://www.teatropordinero.com/index.php

domingo, 23 de octubre de 2011

A LA MANERA DE CARLITO

Cuando vi esta escena por primera vez, proyectada en la pared, estando con mis amigos en la que hoy es mi casa, antes de que la reformaran y me mudara, lo pensé claramente: "Tengo que encontrar esta banda sonora". Me costó bastante descargármela, pero al final lo conseguí. Estas dos secuencias son algunas de las razones por las que Carlito's Way es una de mis películas favoritas. Probablemente la número uno. De nuevo por la música, por la atmósfera.

"Cuando estás en chirona, pasas mucho tiempo pensando en quién verás el primer día que salgas. El segundo, el tercero... pero, cuando sales, todos tienen una cara diferente a como la recordabas. En esa situación, rezas para que haya una cara que no haya cambiado. Que alguien aún te conozca y te mire como siempre lo hizo."




lunes, 10 de octubre de 2011

EL ENIGMA DEL FIN DE LOS TEMPLARIOS (II)

LAS CAUSAS DE LA ENEMISTAD

Sin embargo, estos impuestos no eran suficientes para sanar sus arcas. Quizás sí a largo plazo, pero el rey y sus aspiraciones de grandeza no se podían permitir esa situación por mucho más tiempo. Era sabido por aquel entonces que los templarios poseían una gran fortuna, si bien se considera a la orden el primer banco de la historia, en el sentido de que fueron los que comenzaron a prestar dinero que más tarde debía ser devuelto con intereses. Felipe IV, en principio, no deseaba para los caballeros del Temple un fin tan agónico como el que se produciría más tarde, por lo que inicialmente propuso una alianza entre los hospitalarios, otra orden de caballeros, pero ésta de carácter solamente militar, y no religioso, que también se había hecho importante en tiempos de las Cruzadas, y los propios templarios, bajo el mandato de uno de sus hijos. Ello iba a significar que todas sus riquezas, tanto de hospitalarios como de templarios, fueran a parar a las arcas reales. Para llevarlo a cabo argumentaba que la existencia de éstos últimos no tenía mucho sentido, dado que la orden había sido creada para proteger Tierra Santa, y la última conquista cristiana, San Juan de Acre, ya había caído en manos de los infieles. Los templarios se negaron en rotundo. Por un lado, esta razón esgrimida por Felipe IV les hizo pensar que esa supuesta fusión no sería tal, sino más bien una absorción de ellos por parte de los hospitalarios, y por otro, se consideraba que podría surgir un conflicto entre los miembros de ambas órdenes por determinar precisamente eso, cuál de las dos iba a ser la que mantuviera su nombre y su estructura interna.

Este hecho, unido a otros que se cuentan, como una posible no admisión, primero del segundo hijo de Felipe IV dentro de los templarios, y luego del propio rey como miembro honorífico, es el que pudo provocar que el enfado del monarca francés con la orden aumentara hasta tal punto de desear su disgregación.

domingo, 9 de octubre de 2011

ATRACTORES

- ¿Aún piensas en nosotros... juntos?

- Bueno, se me pasa por la mente de vez en cuando.

- ¿Y...?

- Bueno, por mi cabeza pasan muchas cosas. Podría reproducir toda la película de nuestra vida en un segundo: BOOM! Nos enamoramos, nos casamos, tenemos hijos, nuestros hijos se hacen mayores como nosotros, tumba doble en el cementerio... todo eso...




Puede que sea una mariconada, pero es que las historias estas de amor me enganchan, chico.

Y muy guapa la peli. Me he pegado una buena sesión de Wikipedia sobre la Teoría del caos.

sábado, 8 de octubre de 2011

EL ENIGMA DEL FIN DE LOS TEMPLARIOS (I)

El 25 de octubre de 2007, la Sala Vecchia del Sínodo del Palacio del Vaticano, cerca del famoso Archivo Secreto, albergaba la expectación de más de cien periodistas de distintas nacionalidades, congregados allí de manera oficial. En el acto, Monseñor Sergio Pagano anuncia el término de los trabajos de desclasificación y traducción de las Actas de Chinon, que hasta el momento no habían salido a la luz, y en las cuales el Papa Clemente V absolvía a los caballeros templarios de todas las acusaciones que habían sido vertidas contra ellos, pero que finalmente les llevaron a la hoguera.

Las verdaderas causas que propiciaron el llamado Processus contra Templarios son aún un verdadero misterio. ¿Cómo se desarrolló dicho proceso hasta su resolución, casi siete años después? ¿Por qué las citadas Actas de Chinon nunca fueron tomadas en cuenta durante el mismo? ¿Adoraban realmente los templarios a un ídolo conocido como Baphomet?

DE REYES Y LACAYOS

Felipe IV de Francia, apodado ‘El Hermoso’, accedió al trono en 1285, cuando aún la última de las ocho Cruzadas daba sus coletazos finales. En algunos casos se le describe como un rey piadoso, pero las versionas más extendidas hablan de un hombre aficionado a la caza, con afán de grandeza, y prueba de ello es el hecho de que sus políticas contribuyeron a afianzar y centralizar el poder en la Corona, además de rendir un incesante culto a su linaje.

Cuando Felipe IV fue coronado rey, el estado financiero de la Corona Francesa, debido a los numerosos fracasos en la misión de recuperar Tierra Santa, era precario, y por tanto, desde el principio se tornó en objetivo fundamental el conseguir que esa situación cesara. Una de las primeras medidas que el monarca llevó a cabo en este sentido, concretamente en 1303, fue la de aumentar los impuestos del clero, algo a lo que se negó el papa en esos momentos, Bonifacio VIII. El rey francés, con el objetivo de acercar posturas con el Santo Padre, envió entonces una embajada a Roma presidida por su hombre de mayor confianza, Guillaume de Nogaret, que además iba a ser protagonista en el desarrollo de los hechos que fueron aconteciendo en fechas posteriores. Inteligente y astuto, según se le suele describir, este Nogaret, que llegó a ser profesor de Leyes en la Universidad de Montpellier, comenzó a ocupar cargos de cierta relevancia en varias ciudades francesas, concluyendo su efervescente ascenso en la Corte, donde, como decimos, se convirtió en uno de los consejeros más importantes del rey. Sin embargo, la presencia de Nogaret no fue suficiente para que Bonifacio VIII cambiara de opinión, y éste ni siquiera recibió a los hombres de Felipe IV.

El enfado del rey se elevó hasta tal punto que convocó en el palacio del Louvre a todos aquellos que ostentaban cargos importantes dentro del clero para leerles un manifiesto repleto de falsas acusaciones hacia el papa, tales como herejía, simonía o sodomía. Bonifacio VIII respondió con la excomunión de Felipe IV, y éste, a su vez, mandando una tropa liderada por Nogaret que trasladó al papa apresado hasta París para ser juzgado en un concilio que ya había sido preparado para que el juicio final no fuera otro que el de la condena a muerte, en lo que se conoce como “el atentado de Anagni”. Sin embargo, el pueblo fue capaz de darse cuenta de las pretensiones del rey, y consiguió liberar al Santo Padre y devolverlo a Roma. Bonifacio VIII moriría pocos días después en extrañas circunstancias, y llegó al poder de la Iglesia Benito XI, que quiso excomulgar a Nogaret por sus actuaciones contra su predecesor. Sin embargo, antes de que esta amenaza fuera cumplida, el nuevo papa también fallecería. Llámese casualidad.

En esta ocasión, Felipe IV se encargaría de que el nuevo papa no le ocasionara más problemas, y por ello se esforzó hasta conseguir que Clemente V, un hombre de personalidad débil, fuera nombrado Sumo Pontífice.

MOMENTO MANHATTAN

Con un Manhattan en la mano se escucha mejor esta canción. La otra la tengo libre, metida en el bolsillo. No me hace falta. El sombrero y la pistola me los dejé en casa.





O quizás en el camerino de Christina.

viernes, 7 de octubre de 2011

LAS PELÍCULAS DE MI VIDA (I). BATMAN BEGINS




Recuerdo muy bien las películas que me han hecho levantarme del sillón tras el final. Me refiero a levantarme por la emoción, a no poder permanecer sentado debido a un respingo causado por la adrenalina. Sí, me acuerdo de todas. Supongo que porque no han sido muchas. Esta, sin duda, entra dentro de la lista.

Mi idilio con el caballero oscuro comenzó hace bastante tiempo, mucho antes de ver el largometraje protagonista de esta primera edición de Las películas de mi vida. Que se lo digan a mi padre, que se tragó conmigo una y otra vez Batman y Batman vuelve. Pero, cuando me puse a pensar con qué película comenzar, no tuve dudas. Que me disculpe Tim Burton. Ya le tocará a él.

Me decidí a ver Batman begins un día por la mañana que no fui a la universidad. No me acuerdo de si fue martes o miércoles, pero el año era 2008 seguro, tres después de que se estrenara. ¿Que por qué tardé tanto? Recuerdo perfectamente que cuando la anunciaban por la tele no me hacía mucha ilusión. Solía pasarme cuando se estrenaban esta clase de remakes. Yo tenía en mi cabeza el Batman interpretado por el gran Michael Keaton –dicho sea de paso, el mejor Bruce Wayne, para mí–, y me resistía a que, de algún modo, me lo cambiaran. Con el tiempo he mejorado ese defecto.

La película me enganchó desde el principio. Yo no soy un experto en cómics de Batman, pero puedo jurar que era como si estuviera viendo reflejadas en la pantalla las páginas con las viñetas protagonizadas por el hombre-murciélago. Uno de los ingredientes principales que debe tener una película para ‘atraparme’ de verdad es la atmósfera, que consiga que pueda sentirme como si estuviera ahí dentro. La de Batman begins es impresionante. Su música, su oscuridad.

Me encanta que se dé una justificación al hecho de que Bruce Wayne tenga que enmascararse: “La teatralidad y el engaño son poderosos aliados.”, que todo se envuelva de un halo de realidad. Me encantan, por supuesto, las clásicas apariciones de Batman de la nada: -“¿Dónde coño estás?”, y Bruce, contestando con un susurro a su espalda: -“Aquí.”

Pero volvamos a donde comenzamos. A mi muelle en el culo tras ver la última escena. Esa última escena… Me es inevitable tener que volver a hablar de la película Batman de 1989. Ya he dicho que fue ahí donde conocí el personaje. Por tanto, lo conocí con el Joker. Curiosamente no lo eché en falta en Batman begins. Así de buena me estaba pareciendo. Pero es que aún faltaba la escena final. Con Batman y Gordon en la azotea de la comisaría. Con la batseñal encendida. Con la música haciéndose cada vez más audible. Y, justo en el culmen del fade in, se le da la vuelta a la carta. Pues eso, que inevitablemente me levanté del sillón.

Después de verla me leí El largo Halloween y La broma asesina. También me pasé viendo trailers y buscando información de El caballero oscuro hasta que fui al cine, ese mismo verano. Por supuesto, tocará hablar de esta secuela.

“-Justiciero sólo es un hombre perdido en su loco afán de

satisfacción personal. Pueden acabar con él o encerrarle. Pero si consigues ser algo más que un hombre, si te entregas a un ideal, si nadie puede detenerte, te conviertes en algo muy diferente.

-¿En qué?

-En una leyenda, señor Wayne.”

En la leyenda del caballero oscuro.

domingo, 2 de octubre de 2011

EL CLUB OLIMPO

No tardé mucho en llegar. El Club Olimpo estaba a rebosar esa noche. Como todas. Ya sabía de sobra lo que me iba a encontrar. La gente reía y charlaba sentada en las mesas redondas, en las que no cabían más de dos o tres personas. Eran conversaciones totalmente triviales, sin trasfondo, sin sentido. Todo parecía falso. Presuntuosidad, alcohol y humo. El humo del tabaco que flotaba en el ambiente, y que se convertía en la metáfora perfecta de la nube de irrealidad que era todo aquello. Cualquier cincuentón calvo y gordo podía ser un auténtico Adonis durante la noche entre esas paredes, cualquier insípido podía convertirse en el alma de la fiesta. Eso sí, si podía pagarlo. El Club Olimpo era una república independiente dentro de Tango City cuyo presidente era Breno en la que se hablaba el idioma del dinero, y a veces, muy pocas veces allí dentro, el de las balas. Siempre intentaba que todo eso no me afectara. Había aprendido que ese mundo no era compatible con el de ahí fuera, el mismo en el que me habían enseñado a sobrevivir. El mundo real. Sin embargo, todavía había algo que lograba captar mi atención cual lobo de mar hipnotizado por el canto de la sirena.

Al principio fueron las primeras notas tocadas con el piano, cuyo eco resonó en todo el salón. Luego, la voz, que comenzó a entrar por mis oídos de forma tan suave como el tacto del terciopelo. Lentamente, una palabra, una sílaba tras otra. Me daba el tiempo justo de saborear ese sonido antes de que, con la misma delicadeza, se fuera diluyendo en el resto de la atmósfera del salón. Poco a poco. De forma progresiva. Por un momento, casi pude experimentar la sensación de que mis pies se alzaban unos centímetros por encima del suelo, y que era capaz de dirigirme así, levitando, hacia el escenario, situado a la izquierda de donde me encontraba. Julia Lugano era la cantante estrella del club. Su figura comenzó a emerger del fondo. La nitidez del contorno luchaba por prevalecer sobre el resplandor de los dos focos que apuntaban al centro a la vez que avanzaba hacia el micrófono. En cuestión de segundos, unas curvas sinuosas, siempre embutidas en un vestido largo, que esa noche era de color rojo, quedaron, al fin, completamente definidas. La perfección de sus facciones se acentuaba aún más con la iluminación cenital, resaltando la prominencia de los pómulos. Los ojos, grandes y claros, pero entornados y ensombrecidos por las largas pestañas. El tabique nasal recto, los labios, bien perfilados, con las comisuras inclinadas levemente hacia abajo. El inferior era más ancho que el superior, y sin embargo, hasta desde lejos, ambos seguían dando la sensación de llegar a ser incluso esponjosos. Pero era su voz, su presencia en el escenario, desde el que parecía poder abarcarlo todo, lo que la hacía irresistible. Las conversaciones se veían interrumpidas, cesaba el ruido de las copas al brindar, el de las risas falsas… El tiempo se detenía cuando empezaba a cantar. De súbito, sacudí la cabeza. Debía serenarme. Yo había sucumbido una vez a sus encantos, pero eso se había acabado hacía mucho tiempo. Ahora tenía entre manos un asunto que requería presteza. Miré hacia el frente. Allí estaba la barra, oscura, vacía. El lugar de los fracasados y los borrachos. Yo no era ninguna de esas cosas, pero siempre elegía ese sitio. Lo prefería antes que sentarme en una de las mesas. Siempre tuve miedo de hacerlo y que el agujero negro de la fachada y la hipocresía me tragara. Era algo que tenía mucho poder, al igual que el de la atracción de Julia. Además, María, la camarera, era mucho más guapa.

NOCHES COMO LA DE AYER

El sábado es sinónimo de salir. Salir de fiesta, de cervezas. Salir a hacer botellón. Tanto que, a veces, parece que eso es lo único que puede hacerse ese día. Yo ayer no salí. No salí de mi piso en todo el día, de hecho. Bueno, excepto para comprar un Calippo y unos globos, éstos con motivo de otra cuestión que no concierne a lo que cuento. Y una segunda vez, también para comprar, esta vez una pizza. No tenía ganas de cocinar para cenar.

En un sábado que no tienes nada que hacer puedes comer a las seis de la tarde porque se te ha ido el tiempo jugando al Pro y repasando un suplemento de FHM con las 100 mujeres más sexys del mundo en 2010, con el cual estás de acuerdo en parte, que te servía para descansar un poco después de terminar de limpiar a las tres. Y mientras comes puedes ver una película de Disney, de las pocas de tu época que aún no habías disfrutado, que va sobre un ratón inspirado en mi amigo Holmes.

Esto podría haberlo hecho y luego salir por la noche. Pero, como ya he dicho, ayer no salí. Tuve la oportunidad, pero mi compi quería estar fresco para su partido de esta mañana. Yo, de momento, no tengo que preocuparme por esas cosas. Que lo diga mi rodilla.

Los sábados por la noche hay partido en La Sexta. Ayer jugaba el Málaga. El año pasado Marc y yo nos aficionamos a los goles de Julio Baptista y Rondón. Por supuesto, esta temporada, con el aliciente añadido de la llegada de Ruud, esa afición ha aumentado. Hemos tenido la oportunidad de ver ya algunos partidos del Málaga. En ninguno de ellos marcó Ruud. Tampoco Julio.

Qué casualidad. Ayer podría haber salido. Los otros días que hubo partidos del Málaga, no. Ayer podría haber bebido un poquito, podría haber conocido más gente, podría haber echado un buen rato. Pero, realmente, también es cierto que puedo hacerlo cualquier otro día.

La primera parte del partido no fue muy buena. No hubo goles. A lo mejor era un buen momento para poner una película. Pero, creo que ni lo pensamos. Había fútbol. También podríamos haber salido el tiempo suficiente para que Marc no se acostara tarde. Pero, había fútbol.

Además, si hubiera salido, no hubiera disfrutado del primer gol de Ruud. Si hubiera salido, no hubiera dado tensión al encuentro comentándolo cual narrador radiofónico. Aunque no acertara con los nombres de los jugadores. Si hubiera salido, no hubiera gritado todo lo agudo que mi garganta me lo permite cantando el gol de Julio Baptista. En el último minuto. De chilena. Como en las películas.

No salí, no. Pero me encantan las noches como la de ayer. Aunque me durmiera antes de empezar a escuchar Milenio 3. Aunque esta mañana me haya enterado de que el programa iba de vampiros, cuando siempre que me quedo a escucharlo esperando a que hablen sobre eso no lo hacen. Pero bueno, marcó Julio. Y grité.