lunes, 9 de enero de 2012

"USTED CONOCE MIS MÉTODOS, RITCHIE"


"Es uno de aquellos casos en los que quien razona puede producir un efecto que le parece notable a su interlocutor, porque a éste se le ha escapado el pequeño detalle que es la base de la deducción."
Conan Doyle, La aventura del jorobado

Mi maldita tendencia al prejuicio me la estaba jugando otra vez más. Allá por 2009, soltaba rayos y truenos por mi boca al ver continuamente promocionada la película “Sherlock Holmes” dirigida por Guy Ritchie. ¿Convertir al fabuloso personaje de Sir Arthur Conan Doyle en un guerrero saltimbanqui a la altura de lo que hicieron con Van Helsing, por ejemplo, hacía unos años? No, por favor. En absoluto. No podían cometer tal sacrilegio.
Más o menos un año después, me decidí a verla. En parte para comprobar sí, efectivamente y tal como me habían dicho, era una película divertida y entretenida; en parte para poder emitir un juicio valorativo por mi propia cuenta. Porque no es malo criticar negativamente, pero sí hacerlo cuando no sabes qué es lo que estás criticando.
Una vez hubo terminado el film, me di cuenta de que no podía haber estado más equivocado en un primer momento. Evidentemente los personajes que Ritchie muestra en su película no son una representación estrictamente fiel de los originales de Conan Doyle, pero igual de cierto es que esa diferencia no es tan grande como en un primer momento puede pensarse. Los amantes de los relatos originales opinan seguro igual que yo. Y es que la esencia de los personajes clásicos, de las relaciones entre ellos, se mantiene. Tanto esta primera película, como su secuela, recientemente estrenada, reflejan muy bien esa personalidad extravagante tan particular de Holmes. El detective es desordenado, prácticamente siempre está encerrado en su casa de Baker Street, con la atención siempre puesta en la resolución de algún caso, recordando otros pasados y solucionados con éxito o realizando experimentos químicos. A Holmes le cuesta relacionarse con la gente porque sólo vive por y para sus casos, por y para los verdaderos retos, no para la vida cotidiana y monótona. Es un buen boxeador y luchador cuerpo a cuerpo. Está en plena forma. Se disfraza muy bien y muchas veces desaparece durante algún tiempo sin que nadie sepa dónde está.
Por su parte, el profesor Watson es su único y verdadero amigo. Su vida, sin embargo, sigue un camino diferente. Él sí evoluciona: se casa y abandona el domicilio en Baker Street, con lo cual se aparta un poco de Holmes. A pesar de ello, en el fondo ansía seguir viviendo “aventuras” con él. Éste, por su parte, también prefiere estar acompañado por su amigo en sus investigaciones, y por eso siempre se lo pide. Además, intenta “adiestrarlo” en su forma de sacar conclusiones. De ahí la famosa frase: “Usted conoce mis métodos, Watson.”
Todo lo que acabo de enumerar son rasgos que aparecen en los relatos originales de Conan Doyle. Todo ello, del mismo modo, se ve reflejado en las dos películas de Guy Ritchie. Algunos elementos un tanto exagerados, sí, pero, como apuntaba antes, la esencia se mantiene. Todo el universo holmesiano, en general, está muy bien reflejado, destacando sobre todo, en mi opinión, la plasmación de la personalidad excéntrica de Holmes. Es más, creo que una de las particularidades del montaje de las películas de Ritchie, esas sucesiones de planos cortos tanto ralentizados como acelerados, son perfectas para reflejar los procesos deductivos –o inductivos, aunque ese sería otro tema– que el detective lleva a cabo a partir de la observación de los detalles que tan recurrentes son en los relatos.
Guy Ritchie ha sabido manejar muy bien lo que le fue puesto en las manos. Como en la mayoría de sus películas, por otra parte. Porque no sólo ha hecho una muy buena adaptación, sino que también logra que los que no conocían el Canon holmesiano lo pasen bien con unas tramas entretenidas y bien construidas, aunque no reparen en que tras lo más comercial hay un profundo respeto por lo clásico y original. Porque ha logrado convencer con creces a un amante del Holmes literario que partía desde el más puro escepticismo hasta justo antes de ver la primera de estas adaptaciones al cine. Es como si el propio Conan Doyle, atravesando la barrera del tiempo, esa que tan sólo la literatura, la radio y la imaginación pueden esquivar con total libertad, se hubiera dirigido al director inglés tomando el papel de su detective: “Usted conoce mis métodos, Ritchie. Aplíquelos.”

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